
Y en efecto, otro clásico, otro derbi, otro Barça – Madrid ha llegado; y cierto domingo a eso de las siete menos cuarto de la tarde, se paraliza el país.
En esos momentos –y últimamente en muchos otros de la ajetreada vida de esta nación- se borra cualquier sombra de problemas en todos los ámbitos… hay un partido –que es cuestión de estado- por delante y eres el fan que vive solo por verlo. Así que vas en busca de un bar donde los que llegan temprano –para estas ocasiones una hora antes- cogen sitio dentro y cerca de la pantalla y los que llegan justo al pitido inicial, entrechocan la frente con el cristal de la entrada al tugurio en cuestión, primero porque no cabes dentro y segundo para no consumir y por consiguiente no pagar. Para el minuto treinta te das cuenta que, por la postura del sitio escogido, los riñones te están hablando ya. Pero no te puedes ir a tu casa, porque solo se ve por “previo pago” –que cosas mire usted, con Franco, el de la dictadura, te los veías todos y en abierto- dice resignado el más mayor del lugar.
Y es que amigo mío, el entretenimiento avanza conforme a su plan tapadera de problemas reales, y el futbol es un buen encubridor de lo que verdaderamente atañe a la sociedad Española.
Seguimos en este domingo, festivo; festivo no por ser el día del Señor, no, eso ya no se lleva, ¡por el derbi, hombre, que no te enteras! si hasta los noticiarios se modifican por programas de veintitrés horas hablando de los tobillos de Cristiano y de los gallumbos de Messi.
Ya está la pelota rodando, el publico enfervorecido, el del estadio, y el de los bares también. Contrasta todo ello con el silencio en las calles –el tontito del pueblo, se te acerca: “Señooo Juan eehjto que es lo que eh, un toque de queda o arrgo asin?”- parece que se hubiera detenido el tiempo.
Ni una huelga, ni una manifestación –se me ocurre, una para protestar y solucionar a su vez esta sangría constante de parados- hubiera conseguido enganchar a tanta gente como este domingo a esta hora frente a la caja tonta. Nada ha tenido tanto calado y reclamo en la sociedad. Increíble.
Yo, desde casa, sigo pensando en estas líneas, apreciando el silencio, cuando me sobresalto: ¡GOOOOOOOL! “por saco que os den mandriles” lo más fino que acierto a oír… no por nada, sino porque los bocinazos me impiden escuchar el resto de barbaridades; cinco minutos de celebración de gol, hasta que… “clash”, el cristal de la furgoneta del dueño del bar: niñooo la bocina te va a entrar por… PIIIII, vaya bocinazos hijooo… ¿pero es que estamos locos?
Que pasión incontenible, me pregunto yo, puede llegar a poseer tu cuerpo para responder así, cual “cojo manteca” en antiguas manifestaciones destrozando mobiliario urbano. ¿Qué estímulos nerviosos son esos?
Parece ser que ha terminado el partido. Menos mal que solo ha habido un gol, suspira el camarero, que ya lleva agarrado al niño por las solapas… y encima del Barça, ¡ayy lo que hay que aguantar!
Y ahora claro, el baño de rigor en la fuente de la ciudad –aunque lloviendo y a 10 grados- y hasta que la autoridad haga acto de presencia, eso sí, a los tres cuartos de hora… ¡dejadlos disfrutar hombre!, allá que se despojan de la camiseta y se remangan los pantalones, oleee el Barça! –sí, y ole la gripe A… la B y la C que vas a coger-. Hemos perdido los papeles.
Por fin tú llegas a casa, con la frente roja de pegarse al cristal, enlomado por la postura durante 90 minutos y empapado por el chiquillo que te salpico desde la fuente. Subes las escaleras y empieza a conectar con la realidad; sigues en el paro, tienes deudas, apostaste fuerte por el rival por si las moscas y has perdido. Miras hacia arriba y tu mujer con tu hija tomada en brazos; su expresión lo dice todo, pero…. ¡qué coño! ha ganado tu equipo… para lo demás ya habrá tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario