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lunes, 16 de septiembre de 2013

La inutilidad de pretender congraciarse con los medios.


Trasladamos a nuestro blog, el genial artículo del amigo Gabriel García escrito en "Hispaniainfo" que menta al suceso ocurrido en Madrid el pasado miércoles.


http://www.hispaniainfo.es/web/wp-content/uploads/2013/09/kkk.jpg

No tenía ninguna intención de escribir sobre lo sucedido el pasado 11 de septiembre en Madrid. Nunca he considerado que sea moralmente correcto juzgar los actos de otras personas, con la misma tendencia política o similares en algunos aspectos a las mías, cuando uno jamás se ha visto envuelto en situaciones tan serias. Por otra parte, también he estado muy poco inspirado en este comienzo de curso, no sé si por el shock de regresar a las aulas con una explicación sobre los pormenores del contrato de compraventa o porque haya mujeres que, al igual que el vino, mejoren con el paso de los meses y los años. Pero mi dichosa memoria, nefasta para las cuestiones académicas pero brillante para las anécdotas, empezó a recordar. Y me vino a la mente el día que leí un comentario crítico sobre los pañuelos de las muchachas musulmanas en los centros públicos españoles. Era uno de los últimos meses de instituto del último año que pasé allí y lo recuerdo como si fuera ayer: tenía frente a mí una hoja de papel y a mi alrededor una piara de paisanos y congéneres progres a los que ni tenía ni tengo ninguna pizca de simpatía; leí mi escrito, argumentado con buenos modos y en una línea “angladista” que hoy no comparto, y recibí los calificativos de “racista” e “intolerante”. A continuación, un compañero de clase que sí gozaba de la simpatía de los demás tuvo el atrevimiento de hacer el siguiente chiste durante su redacción: “Pueden que lleven un pañuelo en la cabeza porque desconocen el significado de la palabra champú”. Todo fueron risas por parte de los despreciables progres. Y ahí me pregunté, con mucha ironía, qué hubiese pasado de haber salido el chascarrillo de mi boca, porque estoy convencido al 99,9% de que más de uno hubiera pronunciado las palabras estigmatizantes que tanto gustan de emplearse hoy: racista, fascista, reaccionario, intolerante, xenófobo…
Decía don José Mourinho, antes de abandonar el banquillo del Real Madrid por presiones mediáticas, que en un mundo hipócrita era un problema no ser un hipócrita. Hoy en día vemos como la violencia es proscrita en todos los ámbitos de nuestra vida; sin embargo, la industria cinematográfica no deja de sacar dinero a costa de productos que destacan más por su violencia gratuita que por la interpretación de los actores o por los argumentos. Con la política sucede algo similar: nos han impuesto que la democracia es un sistema político maravilloso, que todos debemos acatar las reglas y que debemos ser tolerantes y respetuosos con quienes piensan de manera diferente. Pero ese argumento relativista, siguiendo la línea masónica que lo ha incrustado en la sociedad española, ha terminado por convertirse en un dogma cuyos intérpretes son los gobernantes de turno, muy democráticos y relativistas pero nunca dispuestos a que otras opciones políticas tengan posibilidades reales de alcanzar el poder. Igual que sucede en las películas infantiles, donde un personaje suele aparecer diciendo que la única regla es la ausencia de normas, la ausencia de dogmas se ha convertido en un dogma; pero, como pasa siempre en la vida real, la excusa de la libertad se convierte en el mejor argumento para implantar una tiranía.
Los españoles llevamos meses viendo a las masas de la izquierda acosar mediáticamente a otras personas en sus domicilios, en nombre de una causa justa que sólo han puesto en duda los liberales más ortodoxos, y llevamos años viendo como esa misma gente realiza acciones públicas contra la religión católica. Y podríamos hablar igualmente de la persecución y acoso a los que se han visto sometidos muchos españoles en regiones como Vascongadas y Cataluña, muchos de los cuales se han visto obligados a huir para no terminar recibiendo un disparo traicionero. Pero nunca veremos a los comunistas decir que no hay que interrumpir las eucaristías con mujeres vociferantes y semidesnudas porque eso dé una mala imagen del feminismo. Tampoco veremos nunca a los separatistas decir que hay que respetar a los defensores de la unidad de España para que la prensa no se cebe mediáticamente con ellos. Son sólo dos ejemplos, pero podríamos pasarnos horas revisando sucesos protagonizados por secesionistas y progresistas de toda índole y siempre nos encontraríamos con que ellos jamás condenarán las acciones de los miembros de su movimiento en nombre de la buena imagen que debería darse ante la sociedad. Y precisamente ahí radica su éxito político: nunca han perdido el tiempo en debates estériles sobre la buena imagen, los símbolos o el nombre; simplemente, se han mostrado tal y como son y no han dudado en reivindicarlo como fuera posible.
Si los falangistas pensamos que interrumpir un acto separatista (porque no era ningún acto de la Comunidad Autónoma per se, ya que la Diada fue creada por los secesionistas en su locura particular a finales del siglo XIX) celebrado en Madrid y con la presencia de políticos del Partido Nacionalista Vasco (los que recogían las nueces del árbol agitado por el terrorismo) y de Convergencia i Unió (los mismos que han saqueado las arcas públicas catalanas y que ahora han reivindicado más ferozmente que nunca el secesionismo para que la población no acuse al verdadero ladrón), es que tenemos un problema muy serio dentro de nuestras filas. Y si encima defendemos los argumentos del enemigo de que hubo una agresión porque los responsables de la ruina política, económica y moral de España recibieron unos empujones, es que el problema es más grave de lo que parecía a simple vista.
Ya va siendo hora de asumir que nunca vamos a recibir el cariño y la comprensión de los medios. Tampoco nos entregarán ningún certificado de “demócratas”, por mucho que incomprensiblemente sea pedido. Siempre vamos a ser calumniados, tergiversados y despreciados por unos medios de comunicación que siempre estuvieron, están y estarán al servicio del poder demoliberal y constitucional. Y, por experiencia propia, puedo decir que siempre será preferible ser el malo de la película y ser presentado ante la sociedad como una persona peligrosa antes que dar una imagen de estúpido y de cobarde.
Vivimos en una sociedad hipócrita y despreciable donde las palabras y los actos sólo son buenos o malos en función de la ideología del que los comete. Si de verdad queremos cambiar la manera de ser de los españoles, nunca lo lograremos si asumimos el lenguaje, las fobias y los complejos de quien es nuestro enemigo. Nada más puedo decir sobre el asunto. ¡Ah, sí, un último comentario! ¡Bravo por quienes amargaron la fiesta a los enemigos de España!

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